Las palabras “feminismo” y “género” se oyen en la esfera pública más que nunca pero con significados tan diversos que llegan… a opuestos.
Si en el colegio hubiéramos dado más pragmática del lenguaje, igual sería más fácil distinguir si estamos ante una sana pluralidad… o un vaciado de significado.
Dicen en los medios y en las charlitas de café que el feminismo se divide porque las chicas no saben ponerse de acuerdo. Pero mientras se atribuye el problema a cosas de chicas, no asumimos que con la irrupción de la posmodernidad se ha producido en la historia del pensamiento, desde finales del siglo XX, un choque de paradigmas tan fuerte que no sólo ha cuestionado las definiciones de las palabras sino también los criterios con los que las validamos. Y el género se ha convertido en campo de batalla de una crisis de significados que afecta a todo movimiento hacia el progreso.
Se están usando ahora mismo en la vida, en las políticas y en las leyes, definiciones de “género”, “mujer” y “feminismo” tan antagónicas – según se anclen en la modernidad o en la posmodernidad – que mujeres de una misma familia ya no saben cómo hablarse. Hasta usarlas en singular o plural supone una una posición ideológica diferente. Cuando partimos de sobreentendidos diametralmente distintos y los damos por hecho solo puede haber conflicto o total incomprensión.
Un choque de paradigmas no es una simple brecha generacional y menos un asunto de matices que se arregle tomando un cafelito antes del 8 de marzo. ¿Son teorías reconciliables? ¿Son agendas tan diferentes y opuestas que habrá que apostar por una como camino hacia la igualdad? ¿O tendremos que asumir movimientos diferentes y acordar lenguaje que los diferencie?
La abuelita de Caperucita, veterana militante de lo que ahora llaman feminismo “clásico” o (despreciativamente) “hegemónico”, piensa que sus hijas van directas al lobo feroz con su “neolengua”, sus “neogéneros” y sus batukadas. Las tías millenial de Caperucita creen que a su madre la ciegan los prejuicios “burgueses”, “cis”, “biologicistas” y “mojigatos”.
Caperucita las escucha, y como ella diría, lo flipa. ¿Cómo pueden acabar tan dolidas cuando todas queremos la igualdad?
Le ha tocado crecer en una sociedad llena de paradojas. Mucho hablar de feminismo pero se marca a las niñas de rosa más que nunca. Hay claramente una cuarta ola… pero en los parlamentos occidentales se habla más de definir “mujer” o “madre” que de medidas antisexismo. Y mucho “empoderamiento” en boca de todas… pero va en aumento la violencia. Lo que explican en el colegio sobre el género no lo entiende demasiado bien: si no es biológico ¿es innato, se elige, se explora…? Dicen que no hay cosas de chicos y cosas de chicas… pero no se le escapa que a los enfermos casi siempre los cuidan mujeres o que el valor social de las chicas parece depender mucho de la dureza de su culo.
Tiene muchas, muchas preguntas… y oye respuestas tan diferentes y enfrentadas…
Este es el blog de la madre de Caperucita. Quiere, como lingüista, entender los cambios en la construcción de los significados que han hecho que lleguemos hasta aquí. Quiere darle a Caperucita herramientas para entender de qué sobreentendidos parten, y qué implicaciones y consecuencias tienen tanto las cosas que dicen sus tías millenial como las que dice su abuelita. Esa abuelita a la que las nuevas generaciones cancelan y acusan de odio, porque cuando la empatía ignora o confunde otras razones, puede volverse tan totalitaria como dicen que se vuelve la razón.
¿Y para qué habría que dialogar con la abuelita?
¿Por qué tendría que servir para el mundo de ahora lo que se ha pensado antes? A lo mejor no. Pero para saber si algo sirve o no… hay que entenderlo. O correremos el riesgo de tirar al niño – o más bien la niña – con el agua del baño.
A esta madre le encantaría explicarle feminismo a Caperucita de esa manera amena, sencilla y en 140 caracteres que ahora casi todo el mundo pide… pero no puede. No puede fluir un diálogo con ella sobre la igualdad en un mundo sin definiciones consensuadas. Así que sólo puede darle claves para que entienda quién define en cada caso y para qué. Porque mientras los debates con claridad de análisis son productivos, la confusión siempre alimenta a los lobos.
La Caperucita que pregunta en este blog es una adolescente; pero Caperucita somos también todas las personas que observamos, perplejas, los brutales cambios lingüísticos que han afectado a los términos “mujer”, “género” y “feminismo” – curiosamente, no a la palabra “hombre” – y que necesitamos claridad para no perdernos en el bosque y acabar alimentando al lobo.
Ojalá analizando cómo construimos lenguaje, y cómo nos afecta lo que definimos – o nos definen – podamos ir hacia un lenguaje responsable, consensuado y compartido que avance hacia la igualdad.
Ojalá que desde ahí podamos trasladar a gente joven ideas emancipadoras compatibles con su mundo. Y ojalá esa gente joven… las lea.