Caperucita y el género

… y Caperucita se adentró en un bosque de palabras tan enmarañado que ya no era fácil reconocer al lobo feroz… del sexismo en el siglo XXI

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Referencias teóricas y herramientas de análisis       

Este blog es un espacio para reflexionar sobre la relación que hay entre hacia dónde queremos pensar y los conceptos que creamos para llegar allí… y también sobre cómo los conceptos, una vez creados, condicionan la manera en que pensamos.

Por eso a raíz de las preguntas de Caperucita surgirá la necesidad de analizar conceptos con herramientas de análisis que iremos detallando y citando a medida que aparezcan, junto a las muchas pensadoras sin las que las mujeres no tendríamos nada de lo que ahora damos por hecho.

Algunos marcos teóricos de pragmática y de teoría del conocimiento estarán presentes de manera muy constante. Irán surgiendo en los diálogos de Caperucita, pero los especifico aquí para quien quiera conocer de entrada el marco académico desde el que se analiza.

 

El lenguaje es acción, y también intencionalidad

De Speech Act Theory, la teoría de actos de habla desarrollada por Austin y Searle, asumiremos que el lenguaje es acción — verbal, pero acción —. Los actos de habla tienen intencionalidad y consecuencias, conscientes y/o inconscientes.

 

El lenguaje es perspectiva

Daremos también por sentado, en línea con los marcos teóricos cognitivo—funcionales, que el lenguaje es perspectivista. Los conceptos no nombran lo que las cosas son sino lo que a una mirada humana le ha interesado de ellas. Pero de ahí no debe desprenderse un relativismo absoluto. Igual que la ciencia ha desarrollado metodologías que permiten validar conocimiento, se tiene que poder aplicar a las definiciones criterios de coherencia, relevancia y responsabilidad que nos permitan tener lenguaje común.

 

El lenguaje está sujeto a coherencia entre la función y la forma

En este sentido, la lingüística sistémica funcional de MAK Halliday  — y muchos analistas que han trabajado en la misma dirección (Hassan, Martin, Rose etc.)— se basa en la coherencia existente entre la función social de cualquier texto de lenguaje y las formas lingüísticas elegidas: si sé lo que el texto quiere hacer, puedo deducir las formas (léxico, estructuras) que voy a encontrar en él. Y a la inversa: de las formas lingüísticas que utilizamos en un texto, se puede inferir la función social que queremos que cumpla. Este análisis apunta a una responsabilización sobre nuestro propio lenguaje. Si por ejemplo digo, “es intolerable que se marchara” no puedo pretender que simplemente estaba narrando que se marchó, porque desde el momento en el que uso la palabra “intolerable”, estoy juzgando.

 

El lenguaje es lenguaje en uso

Si estamos en un momento en el que muchas palabras son utilizadas con significados diferentes, y con cambios de uso vertiginosos, tendremos que examinar no sólo definiciones de diccionario, sino sobre todo ejemplos de las formas en que están siendo utilizadas, a la manera de María Moliner.

 

Definimos a efectos de algo

Definimos siempre a efectos de algo. Cuando aparecen nuevas palabras siempre es porque en ese momento una comunidad necesita marcar o bien la similaridad o bien la diferencia de algo respecto a otros conceptos ya definidos. Los conceptos se refuerzan unos a otros en esos esquemas de asimilación/diferenciación. Y una vez creado un marco conceptual, sin darnos cuenta, vemos el mundo a través de él. Cada palabra presupone e implica otras, creando como muestra George Lakoff en No pienses en un elefante, marcos que necesitaremos conocer para entender lo que se debate.

Así, para cada palabra nueva y cada movimiento de significado alguna mirada humana ha tenido intención de asimilar o distinguir algo. Y algún poder de reconocimiento ha hecho posible que el  lenguaje recogiera esa mirada plasmada en palabra.

 

Dos formas de validar las definiciones

Y así llegamos a cómo se validan las definiciones. El marco teórico LCT  (Legitimation Code Theory)  establecido por Karl Maton nos ofrece una primera distinción básica en la forma en que se validan los saberes. Esta distinción da título al libro fundacional de su autor: Knowledge and Knowers. Plantea cómo los saberes pueden legitimarse por dos tipos de criterio:

  • Knowledge Code o código de validación por conocimiento — cuando el saber viene acompañado de sus propios criterios, comprobables por terceras personas, para dar validez a ese conocimiento. El propio conocimiento incluye la metodología por la que se legitima. Un ejemplo serían las matemáticas.
  • Knower Code o código de voz conocedora: aquí lo que legitima la validez de una palabra, de un concepto, o de un saber, no es la capacidad de establecer conclusiones y lazos de coherencia con otros conceptos que ese saber lleva consigo, sino la autoridad que tienen en una sociedad las voces que sostienen ese conocimiento.

A grandes rasgos, en el feminismo encontramos ahora teorías posmodernas que validan los conceptos y el conocimiento propuesto por los grupos oprimidos legitimándolos precisamente en que proviene de las voces que han sido silenciadas. Estas teorías cuestionan las pretensiones de ser un código universal de conocimiento que tenía la modernidad ilustrada, y por ello llegan incluso a invalidar el feminismo clásico que se anclaba en los conceptos ilustrados de una racionalidad universalmente compartida y un sujeto estable.

De ahí que haya diferencias muy profundas. Estas teorías no solo manejan definiciones diferentes sino fuentes de validación enfrentadas. Al legitimarse por códigos potencialmente antagónicos se entiende mejor por qué no estamos ante un tema de matices sino ante dos corrientes de saber que, en aplicación de su propia teoría y principios, no pueden validar como feminismo a la otra. Cada 8 de marzo, mientras acusan a las mujeres de no saber entenderse, se ponen de manifiesto en realidad las consecuencias de unos cambios en la historia del lenguaje y de lo humano que, lejos de afectar solamente al feminismo, están presentes en todo el pensamiento del siglo XXI.

 

¿Teorías irreconciliables o complementarias?

¿Estará la vía para las mujeres en encontrar la manera en que estos dos códigos pueden funcionar complementariamente? ¿O es necesario tomar partido por uno de estos caminos reconociéndolo como el más instrumental hacia la igualdad? ¿O quizá será necesario encontrar nuevos nombres para agendas y movimientos que habrá que asumir como distintos? Para reflexionar sobre estas preguntas habrá que tener en cuenta no solo quién, cómo, para qué y para quién está definiendo, sino también la manera en que se legitiman esas definiciones.

 

Dos tradiciones de categorización semántica

Y para todo esto las otras herramientas a las que necesitaremos referirnos son, por último, las dos grandes maneras de hacer y analizar categorías y genéricos. Ahora mismo en la manera en que usamos cotidiana y políticamente el lenguaje están conviviendo dos marcos, dando lugar  a  falacias, perplejidad definitoria, cismas cognitivos y hasta auténticos diálogos de besugos. Un caos del que sólo parece librarse, sorprendentemente, o no, la palabra “hombre”.

Esos dos marcos de categorización son:

En marcos semánticos aristotélicos se categoriza a base de criterios y atributos,  se espera que las categorías sean cerradas y estancas, que todos los elementos tengan todas las características de la categoría.

Los marcos como la semántica de prototipos de Eleanor Rosch, o los modelos de esquema y ejemplo de Piaget, permiten visualizar los conceptos como redes con zonas liminares o de transición, y con desplazamientos de significado como los que analizan Lakoff y lingüistas afines.

Si partimos de la base de que definimos a efectos de algo y de que, como sostienen los  funcionalistas, una categoría tiene sentido en la medida en que tenga coherencia con lo que pretende analizar, se desprendería que ambas formas de categorización pueden ser útiles en función de lo que la mirada humana necesite.

Lo que no es útil es que no sepamos en qué sentido o para qué están definiendo las cosas. Y muchas veces no lo sabemos porque nos faltan herramientas para entender cómo definimos. Faltan la pragmática y el análisis del discurso en la educación obligatoria. Y en muchas disciplinas de humanidades, ha habido cambios y giros lingüísticos de tremendo calado, sin que en esas disciplinas se manejaran herramientas de análisis de las definiciones. Una feminista surgida del psicoanálisis y otra surgida de la filosofía política difícilmente van a utilizar la palabra género o feminismo de la misma manera. Para averiguar en qué son, o no, compatibles las definiciones y los sobreentendidos que presuponen se necesitan herramientas de la lingüística de que las humanidades especializadas no siempre disponen.

 

Conceptualizar es politizar

Hay una referencia constante en este proceso de reflexión: la frase  “conceptualizar es politizar” de la filósofa Celia Amorós, porque independientemente de líneas teóricas, su constante examen de la coherencia y pertinencia de las abstracciones utilizadas, y su convicción de que pensar siempre es pensar para algo, son todo un faro en busca de la claridad.

 

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