Y Caperucita descubrió que para avanzar hacia la igualdad, habrá que plantearse quién valida las definiciones.
– Pues si me definen otros los defino yo a ellos, contestó Caperucita
– Bueno, para contestar a un compañero de clase, no deja de ser una solución. Pero para entendernos como sociedad, y que se puedan tomar decisiones que afectan a toda la comunidad, ¿Quién valida las definiciones de las palabras que usamos?
– La RAE, espetó Caperucita. Eso es lo que piensa todo el mundo. Y en el cole nos dicen que tenemos que usar las definiciones de la RAE. Pero la RAE tiene mucho morro. Hay que pedirles que no sean sexistas y que acepten el lenguaje inclusivo.
– Es verdad que nuestra sociedad le da esa autoridad a la RAE. Y también es verdad que muchas lingüistas – como Mercedes Bengoechea y su equipo, entre otras – llevan tiempo desenmascarando el sexismo en el lenguaje, y la manera en que la RAE lo legitima.
– ¿Lo qué?
– Legitimar es validar, dar por cierto, por correcto, por bueno o por justo algo. Si no te gusta mi explicación, míralo en la RAE, je, je. Bromas aparte, usa Internet y diccionarios, no te quedes sólo con lo que yo he dicho. Y vamos a aclarar aquí una cosa: lenguaje no sexista y lenguaje inclusivo no son necesariamente la misma cosa. El lenguaje sirve para que podamos incluir y juntar cuando se necesita, y discernir y especificar cuando toca. Volviendo a quién legitima las definiciones: si queremos igualdad pero la autoridad sobre el lenguaje la tiene una institución que muestra sexismo, ¿Qué hacemos? Surgen preguntas. ¿Qué le pedimos a la RAE? ¿Quién se lo pide exactamente y en nombre de quién? ¿Y qué tiene que hacer una institución como la RAE si las lingüistas le piden una cosa y luego activistas o gobiernos le piden otra? ¿Y por qué tendría que tener la RAE el poder de validar nada? Estamos probablemente todas de acuerdo en que la igualdad necesita un lenguaje no sexista pero… ¿hay acuerdo sobre lo que es sexista y lo que no?
– Joder Mamá, es que siempre tienes que complicarlo todo. Luego te quejas de que no quiera leer.
– Vale, yo te dejo tranquila… pero tú te acuerdas el otro día cuando te pregunté si me podías explicar por qué era tan importante en matemáticas el teorema de no sé qué no sé cuántos?
– Sí.
– .¿Y qué me dijiste tú?
– Que es que… es complicado porque para explicarte eso tenía que explicarte primero lo que era una derivada y para eso tenía que explicarte primero lo que era una función y… ya sé a donde vas.
– Exactamente. ¿Por qué aceptamos que en las matemáticas hay que pensar, y aceptar complejidad, pero queremos que la lengua, que es la que da forma a nuestro pensamiento, nos la den mascadita, sencillita y con consignas de esto se dice y esto no? ¿Te das cuenta de que en el siglo XXI estamos conviviendo personas que funcionan como si la RAE tuviese línea directa con la divinidad del verdadero valor de las palabras, con personas que creen que pueden definir con validez cualquier cosa a su manera? Y luego les pedimos a las feministas que se entiendan tomando un café, en plena crisis total sobre quien da validez a las definiciones.
– ¿Y quién decide que una definición es la buena? ¿Y me contestarás algún día lo de por qué debatimos sobre qué es una mujer y no sobre qué es un hombre?
– Has quedado ¿no? Pues entonces ahora no. ¿Te suena esa cosa llamada filosofía que quitan de los currículos porque no sirve para nada? Ésta es una de las cosas sobre las que lleva siglos reflexionando. Para pensar, hay que nombrar y para nombrar hay que pensar y la historia del pensamiento es también la historia de cómo se ha nombrado cada cosa…y sobre todo de para qué: sin historia y sin filosofía, alguien nombra y piensa por ti. Y eso es poder. Y ahora sal, que no llegas.