Érase una vez un hermoso país en el que vivían un nutrido, pero siempre insuficiente, grupo de mujeres que habían sus vidas a la ingrata tarea de promover el feminismo cuando no estaba de moda.
Y un día ocurrió un extraño fenómeno: todas esas mujeres se levantaron y, como si les hubieran hecho un hechizo o unas bolas de cristal a lo Tintín, se volvieron a la vez irreremediablemente malas de la peor de las maldades. Y sintieron una irrefrenable necesidad de matar gatitos.
Como según la leyenda urbana y social eran todas feas y desagradables y vivían solas, porque nadie las quería, es difícil saber a cuántos gatitos llegaron a matar. Hasta que de pronto les dió por manifestar su recién estrenada maldad de otra manera. De nuevo como por brujería, se levantaron todas a una y gritaron: ¿a qué minoría oprimida y vulnerable puedo aplastar hoy? Todas lo gritaron con entusiasmo en múltiples idiomas. En inglés lo gritó la multimillonaria escritora y con acento andaluz la pionera fundadora de asociaciones feministas. ¡Queremos odiar más y mejor! Y para eso, cogemos a minorías muy muy minoritarias para que sean muy pocas personas y poderlas odiar con muchísima más intensidad.
Pues ya está.
Ya queda explicada la razón de que un sector veterano del feminismo haga afirmaciones como “las personas trans no existen”. Aclarado.
Al menos para mucha gente. Es que son tránsfobas. Se levantan, odian y ya está.
Pero para quien siga necesitando explicaciones racionales a las cosas allá vamos con la clarificación de qué significa esa frase.
Contaba Celia Amorós que le pusieron una vez en un examen que a Sócrates le mató un ciego con un palo. Sorprendida de que no se supieran ni lo de la cicuta, consultó el libro de texto y vio que ponía “la muerte de Sócrates fue un palo de ciego descargado por la democracia ateniense”
Pues, como parece que hay que aclarar (vaya si falta el análisis del discurso en la educación) la diferencia entre oponerse a la etiqueta política que toma un grupo y negar la existencia o la humanidad de personas vamos a ver si ayuda este ejemplo a entender qué se quiere decir con que no existen las personas trans.
Si yo digo que no existen los zurdopelirrojos, no niego que existan personas zurdas, ni personas pelirrojas, ni niego sus derechos humanos ni niego que puedan tener necesidades específicas que atender. Niego simplemente que exista una identidad político-legal que junte en el mismo grupo a perfiles que no considero homogéneos. Cuestiono que necesiten una misma solución política, o que sea razonable considerarlos a efectos político- legales como una identidad, o que sean sujetos de derechos específicos.
Si pienso eso, puedo acertar o no, pero es mi libertad de pensamiento cuestionarlo.
El derecho de toda persona individual al respeto y al la vida digna están en democracia por encima de todo debate. Pero siempre son cuestionables en democracia las etiquetas bajo las que las personas se agrupan a efectos de conseguir o cambiar medidas y la teoría con la que la que formulan sus reivindicaciones, porque pueden formularlas de manera que cambien definiciones y tengan consecuencias para otras personas.
La palabra trans como abreviatura de transgénero, se maneja políticamente desde 2018 a raíz de Yogyakarta. Ha añadido de manera muy debatible muchos perfiles distintos, a lo que antes entendíamos por transexual.
Decir que las personas trans no existen es cuestionar que el marco de definiciones salido de Yogyakarta sea el adecuado para resolver las necesidades sociales que tienen que ver con el sexo y con el género. Es cuestionar que una adolescente con una pubertad difícil en un mundo hipersexualizado tenga algo que ver con un varón de mediana edad con una disidencia sexual, y pensar que sus necesidades no se resuelven metiendo estos perfiles junto a otros muy dispares en la misma etiqueta identitaria. Nos podemos identificar como queramos siempre que no haya efectos políticos. Si me autodenomino “emo-punk” es sólo cosa mía pero si mi autoidentificación implica medidas políticas la etiqueta puede y debe ser debatida porque la democracia descansa sobre el diálogo y el diálogo a su vez implica lenguaje compartido y no etiquetas subjetivas.
Si como yo, y cómo aceptaría la mayoría, crees que no existen, a efectos políticos, los zurdopelirrojos, ten cuidado. Una sociedad hiperemocionalista te llamará zurdopelirrrojófoba como si no tuvieras nada mejor que hacer que odiar a zurdos y/o a pelirrojos. Si alguien cuestiona la etiqueta trans aceptable o no a efectos socio-político-legales tendrá razón o no pero ni odia ni niega a ninguna persona ni quiere matarla con ningún palo.
Ojalá este pequeño ejemplo ayude a entender a quien genuinamente se pregunta como el feminismo veterano puede estar ahora en conflicto con un movimiento al que tradicionalmente apoyó cuando hacía otros planteamientos.
Y si no, por lo menos igual le he proporcionado una idea para dar variedad a su malísima maldad . Queridas odiantes odiantísimas ¿qué os parece si como buenas minorófobas nos dedicamos a odiar con todas nuestras fuerzas a los zurdopelirrojos? Que ya no quedan gatitos.
Isabel García, directora del Instituto de las Mujeres es acusada hoy 18/07/24 en titulares de dos cosas a la vez : de decir que las mujeres trans no existen y de embolsarse 250.000 € indebidamente.
De que lo primero es una opinión, acertada o no, pero perfectamente legítima y con un sentido muy claro ya hemos hablado.
Lo segundo es un tema de hechos y no va de opinar sino de esclarecer veracidad o alcance: que se investigue y se pague si procede. Pero si quería hacer negocio y medrar ya habría que ser miope para posicionarse anti queer.
Queridas periodistas comprometidas con la igualdad y con la diversidad: a largo plazo el sensacionalismo y el emocionalismo populista en titulares no ayudan jamás a ninguna causa. A ninguna.