Cuando la incoherencia por incompatibilidad en las definiciones básicas acaba en negacionismo indirecto.
Los negacionismos comentados en la entrada anterior se suelen situar en el espectro de la derecha. Un partido, en particular, está negando esta violencia estructural de poder, sustituyéndola ya en algunas instituciones por “violencia intrafamiliar” (violencia diferente, que hay que combatir pero que niega la existencia de la violencia machista jerárquica y jerarquizante). Para una gran mayoría, sin embargo, sí parecía aceptado el machismo como tipo específico de violencia. Aceptado pero banalizado: cada caso es recibido con algo de lamento y condena y con mucho de la indiferencia que acaba causando la violencia cuando se produce de manera regular. Aceptado, aunque confuso, porque mucha gente lo asocia sólo a violencia de un hombre hacia su pareja. Aún así esa aceptación muestra que, pese a Vox, se ha recorrido todo un camino desde que se hablaba de violencia doméstica, de crímenes pasionales o de crímenes de honor.
Pero cuando hay confusión con los términos, se precarizan los conceptos políticos. Cuando las palabras cambian de sentido por resignificación (dirían unas) o por usurpación (dirían otras), nos podemos encontrar con que la incoherencia lleva al negaciónismo indirecto de la violencia machista a aquellos que más bandera hacían de luchar contra ella.
En un día de tres asesinatos machistas múltiples, con cuatro mujeres, una niña y un niño como víctimas, ni la ministra de igualdad, ni el secretario de IU, ni Yolanda Díaz, ni algunas coberturas de la noticia pronuncian la palabra “mujeres”. Mucha gente pensará que es una coincidencia. Ojalá. Porque así la próxima vez que desgraciadamente vuelva a ocurrir se nombrará sin miedo la palabra que designa la específica realidad por la que son maltratadas y asesinadas. Pero es difícil pensar en una coincidencia cuando la ministra iba a decir la palabra “mujeres”… y se corrigió (“violencia estructural que sufren… la sociedad española”). O cuando la palabra ha sido vetada ya en comunicaciones institucionales, incluso para hablar de embarazos.
¿Pero qué otra razón podría haber para que una ministra de igualdad no diga la palabra “mujeres”? Con la llegada a las leyes del concepto “identidad de género”, la palabra “género” ha pasado a tener dos significados incompatibles entre sí. Y si se adopta el marco de pensamiento identitario, la palabra “mujeres” deja de designar a la persona de sexo femenino, y pasa a significar, de manera subjetiva y circular, “persona que se identifica como mujer”.
Las palabras que tienen efectos sociopolíticos no pueden tener definiciones incompatibles entre sí sin dar lugar a consecuencias indeseables. Vivir y legislar en democracia implica tener lenguaje compartido. El feminismo teorizó el género como esa socialización jerárquica dañina que asigna roles y comportamientos asociados a la dominación a los hombres y a la subordinación a las mujeres. En este sistema sexo-género, marco teórico en el que se basó la ley VioGén, el sexo de un hombre o mujer es su biología, y el género de un hombre o una mujer es el conjunto cultural de rasgos y comportamientos que van de la mano con el rol dominante asignado al sexo varón o rol subordinado al sexo mujer. En este esquema explicativo, el hombre ejerce violencia machista, en virtud de su género: es decir del rol recibido en una sociedad jerárquica y que luego individualmente puede promover o combatir. En este marco no comete violencia el hombre por su sexo, la comete el hombre que no combate o que lleva al extremo su género.
Pero con la llegada de las teorías identitarias, se usa “género” como identidad autoidentificable, protegible como derecho, y reivindicable. Identificarse con y como algo es reclamarlo como nuestro. El género estaba configurado como un indeseable rol de dominante o de dominada del que tenemos todos y todas que liberarnos para una sociedad igualitaria, Atribuirle ahora un nuevo significado como algo con lo que identificarnos es una incompatibilidad manifiesta con el sentido anterior. Si ya no estamos hablando de roles a combatir sino de identidades de hombre o mujer u otra que abrazamos como nuestro ser, ¿cómo queda entonces la caracterización de esa violencia? De hecho se está añadiendo ahora el concepto de violencia intragénero, cuando con la definición en términos de roles de poder que subyace en la ley VioGén ese término es un completo contrasentido.
Es difícil combatir la violencia de género cuando crecen los partidos que la niegan, pero también cuando otros /as dicen que la definición como jerarquía y la definición como identidad, usadas cada una en una ley, pueden ser compatibles. Ese es el negacionismo indirecto, fruto de la incoherencia, que denuncia el feminismo que acuñó la terminología usada en VioGén.
Cuando en un ministerio hablan de violencia de género un día y de identidad de género al siguiente es que, independientemente de los conflictos políticos o intereses que pueda haber nos hemos instalado en la disonancia cognitiva: que hemos dejado de creer en un lenguaje público, compartido y coherente. Y ¿dónde deja este literal cambio de sentido hacia la dirección contraria a la palabra “mujer”? ¿Por qué tendría una ministra de igualdad que frenarse a la hora de decir la palabra “mujeres”… el día del Orgullo?
El activismo transgenerista que surge de Yogyakarta 2018 (que no es sinónimo con personas trans, ojo) exige que la palabra “mujeres” deje de significar “persona de sexo femenino” y se utilice para significar “persona que se identifica como mujer sea de sexo femenino o no”. No se ha pedido que la palabra “mujer” ampliase de alguna forma su significado para acoger como excepción lo trans. Se ha exigido que ante la más mínima posibilidad de ofensa a mujeres autoidentificadas se deje de utilizar la palabra mujer como “ hembra adulta humana” o “persona de sexo femenino”. Y muchísimas mujeres han estado de acuerdo con ello desde la convicción de que no tendría ninguna consecuencia para las mujeres hacerlo así.
Hasta que llega el día en que cuatro mujeres son asesinadas, una junto a sus criaturas, y los dirigentes progresistas no las nombran por el nombre de lo que son y lo que les costó la vida: ser personas de sexo femenino, y ser, por ello, socializadas en una jerarquía que otorga un lugar por su sexo de nacimiento y no por autoidentificación alguna.
¿A quién exactamente matan? ¿A quién, exactamente, han excluido de las reuniones los talibanes de Afganistán exigiendo a la ONU, que incalificablemente ha aceptado, que ni estén ni se hable de sus derechos? Se refieren a quiénes se identifican como mujeres y van a preguntarles una a una si se identifican o no antes de pisotear sus derechos? ¿O se referirán a las personas de sexo femenino, anteriormente conocidas como mujeres, esas que nadie iba a borrar y actualmente no nombrables ni cuando las matan?
Y ¿qué dijeron en su condena a estos seis crímenes las cabezas en España de ese movimiento ideológico que ha exigido la sustitución de la definición biológica de mujeres por la de género subjetivo sentido (y que, insisto, no representa a todas las personas trans). Ah, que no lo condenaron. Ni siquiera una que es portavoz de feminismos. Debe ser que ese día se sentían bastante más trans que mujeres. Me pregunto si, en el momento del crimen, si las asesinadas les hubieran dicho a sus maridos que no se sentían particularmente mujeres ese día eso las hubiera salvado. Y ya que estamos ¿qué dijo al respecto el presidente del gobierno más feminista de la historia? Que ya estamos en cuartos de final.
Así, tenemos:
Una extrema derecha creciente que sí que nombra y adora a la mujer – mujer, (porque asocia sexo y género), pero niega que exista ninguna violencia estructural contra ellas.
Y una izquierda que defiende apasionadamente la existencia de esa violencia estructural, se le llena la boca con la palabra género… para combatirlo como generador de violencia y afianzarlo como identidad a la vez ¿¿?? … pero parece que se niega a nombrar contra quién va dirigida, porque con que una sola auto identificada exija definición no biológica y negación del sexo – como si no hubiera otras formas de abordar la problemática trans – las mujeres pierden su nombre hasta cuando las matan.
Coger los términos que había acuñado un movimiento y darles un significado incompatible con el objetivo para el que se acuñaron no es pluralidad. Y los sentidos incompatibles de un término no pueden convivir sin consecuencias… tales como que nadie se atreva a decir mujeres o que se desactive el concepto de género que el feminismo acuñó para denunciarla violencia específicamente sexista. Con esta confusión ¿nos extraña la deriva del voto joven?
A ver si de multiplicar los feminismos se nos van a multiplicar los negacionismos. Ya lo dice Luisa Posada: mucho postfeminismo para tan poco postpatriarcado.