Qué curioso: la gente que defiende que «sólo la propia persona sabe lo que siente y lo que es” son los primeros que pretenden saber lo que siente Rowling: odio, odio, transfobia y más transfobia. Diga ella lo que diga, con los argumentos discursivos o datos que ofrezca- acertados o no, es otra cuestión – siempre le van a contestar lo mismo: que como todo el mundo sabe, aparentemente menos ella, lo que ella siente es odio y que cualquier cosa que diga o piense nace de ahí.
A mí jamás se me ocurriría pensar que soy tan importante como para que una señora que ha tenido la inteligencia de escribir una exitosísima saga de siete libros no tenga nada mejor que hacer que odiarme. Pero aparentemente hay gente que cree o pretende creer que un perfil como Rowling no tiene nada mejor que hacer que odiar.
Ha levantado una gran polémica el caso de Imane Khelif en el boxeo olímpico. Rowling, como defensora, acertada o no, de los derechos de las mujeres, se ha posicionado. Yo no sé hasta qué punto se puede llamar o no hombre a esta persona por tener presencia de cromosomas XY en su biología. Lo que sí que parece es que esa genética es relevante a efectos de que, en boxeo, no peligre la integridad física de quien no tiene el XY. Y también parece que, habiendo sido esta persona excluida del campeonato mundial, la corriente sociopolítica que difumina los conceptos de sexo biológico y género sociocultural ha ayudado a que sí pueda competir en París. Esa tendencia está favoreciendo que los deseos de quienes tienen XY prevalezcan sobre criterios de seguridad y justicia para quienes tienen XX
Rowling ejerce su libertad de expresión preocupándose por los derechos de las mujeres. Mujeres a las que, en ejercicio de su libertad de pensamiento, define como XX. Y le vuelve a caer la del pulpo: “No serás recordada por tu obra sino por tu odio” le dicen.
Y no puedo dejar de observar que la actual glorificación del sentimiento subjetivo en las leyes y en la vida social se presenta de la siguiente manera: si alguien tiene XY en su biología, todo lo que diga sentir, va a misa y se convierte en nuevas definiciones y en ley (el que las XX puedan también declararse hombres no causa curiosamente ninguna crisis de definición de la palabra “hombre”) Si alguna persona que no tiene XY en su genética tiene alguna objeción a lo anterior, se convierte, curiosamente, en la única persona que, en este reino de la subjetividad, no sabe lo que siente. Lo saben todos los demás: siente odio y fobia y odio y fobia. Las razones que pueda ofrecer son aplastadas como racionalizaciones de su odio que todo lo explica. Ni siquiera se contempla la posibilidad de que se pase o equivoque en su defensa de las mujeres. Ese no puede ser su objetivo y su prioridad. Odia y ya está. Total ya lleva miles de años el patriarcado inculcándonos la idea de que las mujeres son hiperemocionales, incomprensibles y que todos sus sentimientos giran necesariamente en torno al XY. Si juntamos esta extendida idea con la actual cultura de demonizar a quien no piensa igual ¿por qué tendría que extrañarnos que haga del odio su motor de vida alguien que lo tiene todo, es inteligente, y tiene una obra que prueba un interés por la justicia y la humanidad? La cultura de la subjetividad y el emocionalismo nos lo aclara: cada uno sabe lo que siente menos Rowling y todos sabemos que Rowling siente odio. Es tan obvio como que dos y dos son cuatro.
Pues si así es como se manifiestan la subjetividad y el sentimiento en las leyes y en la sociedad más nos vale tomar nota: la ley, la política a y la convivencia social necesitan lenguaje y criterios compartidos, racionales y objetivos, porque cuando son subjetivos, escasea la coherencia y abunda el morro neopatriacal: sólo yo sé lo que siento pero ella odia y odia. Menudo neomorro.